lunes, 25 de febrero de 2013

I CAN’T TAKE MY EYES OFF YOU…

Joel llevaba horas dando vueltas por un parque desconocido. 

Cámara en mano intentaba encontrar una chispa que lo hiciese presionar el botón.  

Nubes que se daban la mano para crear siluetas irreconocibles. Hojas marrones que intentaban no ahogarse en el estanque. Patos perezosos que navegaban dejándose llevar por la corriente. Árboles milenarios con iniciales grabadas en su corteza…eso era todo.

Él intentaba sentir. Intentaba encontrar algo más mágico, pero no lo lograba.

Su sangre caminaba espesa, y su corazón adormilado no hallaba la inspiración suficiente para crear una instantánea perfecta. Necesitaba nuevas imágenes que mostrar en su web para que las agencias siguiesen interesadas en él. La fecha límite que se había autoimpuesto se acercaba y no tenía nada espectacular.

Necesitaba despertar y encontrar algo único.

Caminaba entre pasos lentos, derrotado y sin fuerzas, cuando al final su corazón se desperezó.

En el momento más inesperado. Gracias a una desconocida.

Desde el mismo instante en el que la vio en aquel parque, su rostro resplandeció entre la más grande de todas las sonrisas. 

Ella, estaba apoyada sobre la barandilla de hierro forjado de un puente cualquiera. Lanzándole a los patos migas de pan. Con la mirada perdida entre sus recuerdos, con una sonrisa resplandeciente en sus labios.

Él, paseaba cerca de la orilla del estanque cuando la vislumbró. Y no pudo evitar que un montón de mariposas se apretujasen en su estómago y empezasen a bailar alocadas.

Ella era toda luz. Era magia en estado puro, era belleza, gracia, sencillez…Era la luz que él necesitaba para despertar de su letargo.

Enseguida sintió la necesidad de fotografiarla, de capturar aquel momento para no olvidarlo jamás.

Y eso hizo.

Se escondió tras un árbol para que ella no pudiese verlo. Y como un espía del gobierno o un detective privado en busca de pruebas, amplió la imagen con el zoom de su Nikon y pulsó haciendo ‘clic’ varias veces. 

Desde diferentes ángulos.

De lejos, de más cerca, mostrando únicamente su mirada, de cuerpo entero, capturando su rostro iluminado por la luz del sol. A color, en blanco y negro, con tono dramático.

Sin embargo una voz femenina estalló muy cerca dando por finalizado el momento mágico.

-¡Adrielle! -gritó esa voz.

Y la chica a la que él estaba fotografiando, se dio la vuelta y saludó.

A los pocos segundos la chica dueña de la voz la abrazaba con fuerza, y juntas se marchaban por la dirección contraria. No pudo ver sus ojos de nuevo. Y no quiso fotografiarla de espaldas, alejándose de él.

La había sentido tan cerca al retratarla que sintió como su corazón se encogía al verla marchar.

Desde ese momento de la despedida, Joel sintió que jamás podría olvidarse de ella.

- Adrielle, Adrielle, Adrielle, - no dejaban de susurrar sus labios de regreso a casa.

Y los días de Joel siguieron acumulando números en el calendario.

Su corazón llevaba varios días desconectado del mundo.

En su pensamiento una imagen aparecía una y otra vez. La chica del parque. Su estrella de luz.

No podía dejar de pensar en ella. No hacía más que observar las fotografías en la pantalla de su cámara.

Al llegar a casa aquella tarde un cosquilleo dentro de la sangre le dijo lo que tenía que hacer.

Apresurado encendió su ordenador portátil. Abrió la rendija de su cámara que contenía la tarjeta de memoria, y la introdujo para hacer una copia de las instantáneas.

Las pasó acelerado una tras de otra. Ansioso por llegar a las de la chica. Y tras un pato que se picoteaba el ala derecha, ahí estaba ella.

Radiante. Con su camiseta rosa de manga corta, adornada con una silueta de Peter Pan. Con sus pantalones vaqueros ajustados y rotos por la rodilla y sus Converse negras.

Con su pelo largo y rojizo acicalado por un flequillo recto. Sus ojos azules, su piel blanca engalanada por unas pecas anaranjadas que se arremolinaban cerca de su pequeña nariz. Sus pestañas espesas al igual que sus cejas. Sus labios finos que enunciaban sonrisas enérgicas…

Sus sonrisas lo llenaban todo de luz. Incluso el sol que le vigilaba desde lo alto, tras su espalda, no brillaba tanto como ella.

- No puedo apartar mis ojos de ti - se dijo para sí mismo abatido.

Una a una miró todas las instantáneas. Abrió su página web y cargó en ella las nubes. Después hizo lo mismo con los patos, las hojas y los árboles. Indicando el lugar, el día y la fecha.

Sin embargo no pudo subir las fotos de Adrielle. Algo en su interior le impidió hacerlo.

Las más mágicas de todas, decidió guardárselas para él.

Pasaron los días y decidió imprimirlas todas en papel especial para fotografías. 

Y las guardó en un sobre marrón tamaño Din-A4 junto con su tarjeta comercial: “Joel O’Connell, fotógrafo profesional ”. Sobre que posó en la mesa del salón y que cada cierto tiempo no podía evitar abrir para volver a revisar las fotografías.

- Tengo que pedirla permiso para subirlas a la web. Tengo que regresar a ese parque con la esperanza de encontrarla -se decía entre murmullos mientras admiraba detenidamente cada imagen.

- ¿Me denunciará por invadir su privacidad? ¿Tendrá pareja y al enterarse me dará una soberana paliza? -pensó.

- Quizá crea que soy un acosador, un psicópata sin escrúpulos, un fisgón de vidas ajenas… -cuchicheó.

Y sus ojos siguieron danzando entre las fotografías mientras sus labios no paraban de hacerse preguntas.

A cada interrogante su corazón se sentía más devastado, su sangre más espesa y temerosa…

No la conocía y sin embargo no era capaz de olvidarla ni un solo instante.


Intentando desconectar, se sirvió en un vaso con hielo una copa de Black Eristoff. Encendió el reproductor y se sentó en el sofá de cuero color rojo brillante. Dispuesto a relajarse, a saborear aquellas gotas de bebida espirituosa negra con sabor a frambuesa.

Pero en el reproductor comenzó a danzar una melodía antigua, una de sus favoritas. Y las palabras cantadas resonaron en su cabeza devolviéndole a pensamientos anteriores.

“And so it is, the shorter story, no love no glory, no hero in her sky”, “I can’t take my eyes off you” 

- No love, no glory, no hero… -susurró Joel con la mirada perdida en la televisión de plasma apagada.

-No puedo apartar mis ojos de ti -gritó con voz baja cerrando sus párpados y apretándolos fuerte. 

Y volvió al parque, volvió a aquella tarde, y sonrío al recordar sus sonrisas…

“I can’t take my mind off you…“‘Til I find somebody new” - cantó junto a Damien Rice, sabiendo que “alguien nuevo” no lograría ayudarlo a olvidar.

-Adrielle, Adrielle, Adrielle… -susurró antes de sentir de nuevo cierto cosquilleo en sus venas. Cosquilleo eléctrico que lo hizo vestirse a toda prisa y salir por la puerta con el sobre en la mano.

Regresó al parque. Se sentó en un banco cercano al estanque y esperó.

Esperó observando a los patos nadar dejándose llevar por la corriente. Esperó acariciando inquieto el sobre marrón etiquetado con el nombre: “Adrielle” en su exterior.

Esperó cantando: “I can’t take my mind off you…

Esperó que su estrella de luz apareciese en algún momento…



*Relato inspirado en la canción “The Blower’s Daugther”, de Damien Rice. Banda sonora de la película “Closer”.

lunes, 18 de febrero de 2013

PAPILLON

Ahí estaba Sivella. 

Tumbada sobre la verde hierba, resguardándose de las nubes negras bajo un árbol milenario. Acurrucada, con la cabeza reposada sobre su chaqueta de cuero.

Yo canturreaba pero ella no me oía. Mi trino no era lo suficientemente bello para despertar su alma. O eso creía yo.

La tristeza se había apoderado de ella. Había perdido de vista sus sueños.

No hacía más que llorar, rompiendo el silencio a cada lágrima. Una tras otra se deslizaban lentas para suicidarse en el precipicio de su boca. Dejando en su camino huellas verticales de rímel verde.

Acariciaba la hierba con sus manos. Dibujaba corazones en busca de recuerdos que le ayudasen a levantarse, pero no encontraba ninguno.

Yo la miraba, no podía dejar de observarla.

Su piel blanca, las mariposas verdes tatuadas que adornaban su hombro derecho y que danzaban aleteándose por su brazo. Su vestido de tirantes de tul vaporoso de color negro, en contraste con sus uñas y labios tintados de verde oscuro. Todo verde.

Verde al igual que la hierba, al igual que sus mariposas. Verde, el color de la esperanza, de las fuerzas que retornan, de los campos que florecen. Verde.

Sin embargo Sivella parecía no darse cuenta.

Ella, que llevaba nombre de mariposa finesa, parecía una estrella apagada. Se sentía cansada.

Cansada de perder, cansada de decir adiós, cansada de sentir el corazón romperse una y otra vez.

- ¿Quién inventó el dolor? - susurraron sus labios.

Pero nadie le contestó.

Yo seguí canturreando y ella miró al cielo buscándome. Hasta que me encontró.

Fue entonces cuando me pude fijar en ella con más claridad.

Sus cabellos castaños caían en bucles estilizados sobre sus hombros, su pequeña nariz le regalaba un aspecto infantil. Sus ojos del mismo color que la miel, le dotaban de una tierna dulzura. Sin embargo la sombra de ojos verde oscuro que perfilaba sus párpados emborronaba su mirada de oscuridad. Sus labios carnosos, sus facciones angelicales y delicadas…todo en ella era belleza. Pero una belleza sencilla y humilde.
Nada espectacular. 

Y yo canturreaba, y a cada balanceo de mi voz conseguía penetrar en su alma, conocer más a fondo sus sentimientos. 

Intenté dar fuerzas a su sangre, seguí cantando, pero ella seguía inmersa en la nada. Perdida entre leves muecas desdibujadas que recordaban antiguas sonrisas, perdida entre la melancolía de los días pasados que ya no regresarían.

Y las nubes negras siguieron danzando, acercándose a ella. Y mientras el viento caminaba decidido y a cada paso más violento, sus lágrimas crecían.

Y entonces, al mecer mi mirada en las mariposas verdes que llevaba grabadas en su piel, recordé una antigua canción titulada: PAPILLON, de la banda ‘Editors’. Aclaré mi voz, y canté lo más alto y lo mejor que pude:

Make our escape, you’re my own Papillon. The world turns too fast, feel love before it’s gone. My Papillon, feel love when it’s shone. It’s kicks like a sleep twitch!

Lo canté una, dos, tres…cinco veces. A cada una más fuerte que la anterior. Y justo tras la quinta entonación su corazón despertó.

Pude ver en las imágenes de su mente que la canción le había regresado a la memoria un montón de recuerdos. Entre todos ellos, predominaba una tarde de invierno.

Ella estaba acurrucada entre el pecho de su padre cuando era pequeña. Entre sonrisas, él acariciaba su pelo enmarañado mientras la acunaba para que se quedase dormida. Y sus labios, escondidos tras una espesa barba negra cantaban justo las estrofas que yo había entonado. 

Y entonces sintió desvelarse a su corazón. Entonces se dio cuenta de que debía de seguir peleando por sus sueños, que debía seguir derramando palabras en un papel aunque a veces se equivocara. Debía darse cuenta de que el amor verdadero era más fuerte que todo. Más fuerte incluso que la muerte. Eterno, infinito…

Ella siguió recordando. Regresando al pasado mientras sus dedos seguían acariciando la fina hierba, pincelando corazones.

Y el brillo de sus ojos dejó de estar apagado para encenderse. Y su sonrisa apareció tímida tras sus labios. Y su sangre hirvió alocada.

Sivella sonrío, yo sonreí y dancé. Y cambié de rama, y salté una y otra vez. Contento de haber ayudado a un alma pura y triste a resurgir.

Y ella tocó su corazón. Se irguió sentándose y echó un vistazo a su brazo. Siguió la silueta de sus mariposas con las yemas de los dedos de su mano izquierda. Y sonrió mirando al cielo en el mismo momento en el que las nubes azabaches comenzaron a llorar lágrimas negras.

Y se descalzó antes de levantarse. Posó sus pies sobre la fría hierba mojada. Y saltó, saltó de alegría, sintiéndose en libertad.

En una mano, sus zapatos de tacón de doce centímetros marca New Rock. En la otra, su cazadora de cuero. Y justo en el centro su corazón, sin cadenas. Y los brazos abiertos en cruz recibiendo las lágrimas del cielo.

Y sus pies, hundidos entre la hierba y la tierra, hundidos entre el barro. Chapoteando, saltando, girando.

Y en sus ojos un brillo incandescente, y en su rostro mil sonrisas resplandecientes. Y sus labios…

Sus labios no dejaban de susurrar: “Make our escape, you’re my own Papillon. The world turns too fast, feel love before it’s gone. My Papillon, feel love when it’s shone. It’s kicks like a sleep twitch!”, una y otra vez. Recordando la voz de su padre, recordando que para él siempre fue su mariposa, y como tal tendría que renacer de sus cenizas una y otra vez, ser valiente…

¡Se lo debía! Era lo que él le había enseñado. 

-¡Debo ser un corazón rebelde! - gritó su voz aterciopelada atronando el silencio.

Entre giros y giros siguió revoloteando, al igual que las mariposas tatuadas en su piel. Y entre giros y giros siguió saltando, cantando, gritando…hasta que mareada cayó al suelo de rodillas. 

Y entre sonrisas miró al cielo, mientras las gotas de agua empapaban sus ojos, encharcando su rímel verde, desdibujando su eye-liner negro.

Y sus labios disfrazados de color verde oscuro seguían sonriendo, con su carmín intacto.

Y yo sonreía, cantando a su alrededor entre aleteos. Incluso me sentí mariposa por un momento.

- ¡Un pájaro mariposa! - me murmuré a mí mismo divertido.

Sivella se alzó de nuevo. Y volvió a girar sobre su silueta como una niña pequeña, una y otra vez. Y volvió a llorar. Sus pestañas temblaron bajo la lluvia de sus lágrimas, pero esta vez no fueron lágrimas amargas, sino lágrimas de felicidad.

Felicidad por haberse encontrado de nuevo. Por haber encontrado la luz, un recuerdo entre los susurros del viento, entre los trinos de los pájaros. Una vez más la naturaleza le había salvado. La música le había salvado.

Y sintió el brillo de la estrella que llevaba dentro. Sintió su sangre caminar ferviente. Sintió los latidos de su corazón apresurados. Sintió.

Sintió y la tristeza se esfumó. Y la lluvia del cielo se llevó la melancolía con ella, sepultándola en la tierra. Y la lluvia cesó. Y el sol embrujado volvió a salir de nuevo.

Y la estrella de sus ojos resplandeció con más intensidad.

Sivella sonrió y sus ángeles también sonrieron. Y su corazón no dejó de revolotear contento, suspiro a suspiro, de camino a casa. 

Papillon. Los aleteos de sus mariposas una vez más la habían guiado por el camino correcto.

Y para sí misma se dijo: Menos mal que os tengo a vosotras para ayudarme a remontar el vuelo.



+Video con la canción, imprescindible poner mientras Sivella gira en la hierba, y bailar.



*Sivella: nombre que significa mariposa en finlandés según Google.

*Relato inspirado en la canción Papillon de la banda “Editors”. Descubierta gracias a Mara Oliver

*"Soy del color de tu porvenir, me dijo el hombre del traje gris" así empieza la canción "Nacidos para perder" de Sabina y es muy cierto, el gris nos trae luz y oscuridad. Espero que pronto vuelvas a sentir calor, porque tú siempre brillas, solo que ahora, como las mariposas, no eres capaz de ver lo lindas que son tus alas. Un abrazo, mi niña. (Comentario de Mara Oliver en mi blog, justo cuando estaba naciendo la idea).

martes, 12 de febrero de 2013

JUNTANDO FRAGMENTOS...

Desde hace muchos años me paso mis días recomponiendo.

Juntando fragmentos pequeños de un todo. Mi corazón.

Ensimismada y perdida en la vorágine de crisis existenciales.

Ya he perdido la cuenta de las veces que me he preguntado ¿quién soy? al mirarme al espejo.

Una constante en mi vida es recomponerme para luego sentir que me vuelvo a romper. Una y otra vez. 

Tras una despedida, el tiempo de duelo. Tras el tiempo de duelo, las sonrisas.

Las sonrisas regresan, al igual que las ilusiones, los sueños, y las aspiraciones. También con las sonrisas llegan los triunfos, los gestos, las miradas, los abrazos.

Pero todo en la vida son ciclos circulares. Quién piense lo contrario está equivocado.

Y tras las sonrisas regresan las despedidas. Y luego la calma otra vez, y cuando el corazón se acostumbra…

Despedidas, muerte y soledad.

Y mi corazón resquebrajado se vuelve a romper.

Y yo intento recomponerlo entre suspiros. Juntando fragmentos con mimo, saliva y recuerdos.

Y a veces me tambaleo. Lloro, me desangro en palabras repetidas. Suspiro y me crezco.

Y me miro al espejo y no me encuentro.

Y me miro al espejo y me reconozco, me siento.

Así, una y otra vez.

Y las dudas se van. Y las dudas regresan. Y me pierdo y me encuentro. Y brillo y no resplandezco. Y me siento grande y ni siquiera me veo.

¿Hasta cuándo?

Yo misma logro responder.

Hasta el día en que me muera. Sí. Eso es lo que creo. Está en mi destino caerme y levantare, para volver a caer. Luchar y perder.

Está en mi destino decir: ¡adiós!

Está en mi destino ver como se apaga la luz de los ojos de aquellas personas a las que quiero con toda el alma.

Está en mi destino sentir la oscuridad. Gatear entre sus sombras, para salir victoriosa y con el alma más sabia.

Pero no puedo evitar sentirme cansada. Cansada de perder, de sentir que el corazón se me rompe al suspirar, cansada de que un fuerte dolor en el pecho me taladre. Cansada de llorar lágrimas amargas y ácidas que quemen mi piel.

Cansada de que se mueran las personas a las que más quiero.

¿Por qué cuando todo va bien tiene que surgir algo para estropearlo?

Porque está en mi destino. Y tengo que aceptarlo.

Al igual que las sonrisas, los sueños cumplidos, el amor verdadero, y la luz.

He de aceptar que nací para perder. Para ser la sombra de lo que quiero ser.

Sólo así podré brillar de nuevo...

lunes, 11 de febrero de 2013

ANGELES DEL FIN DEL MUNDO

Una de las cosas buenas de participar en concursos es la elaboración de fragmentos que de no ser para éstos no crearías nunca.

Eso me ha pasado a mí. No he ganado, ni he quedado finalista, pero si he creado. Y eso es lo importante para aquellos que juntamos palabras. Crear.

Lo he revisado, incluido nuevas palabras...y aquí os lo traigo. ANGELES DEL FIN DEL MUNDO. Espero que os guste aunque sea un poquito:


En una pequeña Moleskine de tapas negras decoradas con átomos bailarines y un corazón, aparecieron escritas estas palabras:
  
“CAOS 

<< El caos se había instalado en el planeta Tierra. 

El Fin del Mundo proclamado para el 21 de Diciembre del 2012 parecía llegar desde la lejanía, con fuerza. Aunque aún faltaban tres días para esa fecha.

Un virus maligno parecía haberse apoderado de un porcentaje de las distintas poblaciones del planeta. La gente parecía haberse vuelto totalmente loca. Desquiciados corrían por las calles todos juntos -como un ejército del mal-, entre gritos desmesurados e incomprensibles. Parecía como si hubiesen respirado una toxina que, al penetrar en sus pulmones, hubiese contaminado su sangre tiñéndola del mismo color que la oscuridad. 

Destrozaban todo lo que tenían a su alcance. Incendiaban los contenedores de basura. Rompían los cristales de los comercios, los escaparates de los bancos, las puertas de las casas. Tumbaban las farolas a patadas. Arrancaban árboles y flores y los lanzaban a los ríos, vertían gasolina sobre los prados de verde hierba hasta reducirlos a cenizas negras. Rabia, ira y destrucción llevaban ancladas a los latidos de su corazón.

Aquellos que seguíamos comportándonos de forma normal, corríamos apresurados para refugiarnos. Sin embargo no todos logramos salvarnos. Algunos murieron desangrados a manos de esas almas negras. Entre golpes, arañazos, mordiscos, navajazos. 

Muchas mujeres fueron ultrajadas y torturadas a manos de auténticos salvajes desalmados. Y las que lograron permanecer con vida, asustadas, intentaban ponerse en pie para caminar mientras las gotas de sangre se resbalaban pegajosas por su piel. 

Yo tuve suerte.

Los heridos corrían despavoridos en busca de un refugio, de hospitales, de un lugar seguro. Intentando sobrevivir al desastre. Como yo.

Por el camino…

Coches que explotaban. Cuerpos desmembrados que adornaban el negro alquitrán de las calles. Armas que se disparaban por el pulso de manos inconcretas. Cadáveres que yacían tornándose rígidos sobre las aceras manchadas de vísceras, piel y sangre. 

Mucha sangre. Líquida y espesa. 

Los gritos de terror se mezclaban entre los gritos de guerra. El silencio había sido silenciado. El ruido era insoportable.

Los chillidos, los llantos, los ladridos de los perros, los maullidos de los gatos. Los lamentos de los animales que habían escapado de los bosques asustados y que ahora agonizaban en el ajetreo malévolo de las ciudades sitiadas. 

El ruido de las sirenas de ambulancias urgentes que acudían al encuentro de víctimas a las que atender, de las sirenas de los camiones de bomberos que cruzaban las esquinas con impaciencia por llegar allí donde el fuego se había instalado contaminando el aire para respirar. 

El ruido de las bocinas de los coches que cruzaban las carreteras a gran velocidad, y que en su intento de buscar una salida hacia otro lugar arrollaban personas inocentes. 

Caos. Fuego. Humo. Destrucción. Violencia. Y más fuego.

Una parte de la Humanidad se había propuesto acabar con las almas puras y blancas que aspiraban a vivir en un mundo mejor.

Era una lucha entre el Bien y el Mal. Y el Mal estaba siendo más poderoso.

Y la Naturaleza cansada de desaires comenzó a defenderse como pudo ante los ataques. Terremotos y más terremotos, huracanes, casas y coches que volaban por los aires, un sol intenso que provocaba quemaduras graves en la piel de aquellos que no tenían ropas fuertes con las que arroparse. 

Las carreteras y autopistas se agrietaban entre estruendos inmensos, edificios enteros eran tragados por una especie de agujero negro, llevándose con ellos un montón de personas que gritaban aterrorizadas sabiendo que iban a morir. 

Aún recuerdo todos y cada uno de los gritos que escuché mientras corría esquivando precipicios y grietas, de camino al hospital. Tenía el cuerpo amoratado y ensangrentado por las patadas que me habían dado dos adolescentes de unos quince años, tirándome al suelo. Pero en cuanto pude escapar no dejé de correr, a pesar del dolor en mis piernas. Instinto de supervivencia, quizás.

Sin embargo los gritos de horror de la gente me irritaban, mermaban mis fuerzas, me debilitaban el alma. Esos gritos son ecos que aún hoy me paralizan la sangre al recordar.

Las tormentas eléctricas traían consigo lluvias torrenciales que inundaban las ciudades. Todo quedaba a merced del agua, flotando, hundiéndose, sobreviviendo, muriendo. Por no mencionar las islas sepultadas por grandes olas gigantes que habían arrasado con grandiosas civilizaciones en escasos minutos.

Tratábamos de ponernos a salvo, pero el mal avanzaba sin pausa. Ningún lugar parecía lo suficientemente seguro para resguardarse.

En el fondo de nuestra alma percibíamos que el destino estaba escrito, y que antes o después todos íbamos a morir. Lo que estaba claro era que al 21 de Diciembre no sobreviviría nadie. O eso pensábamos.

En mi huida escuché que había lugares en los que la noche ciega se había instalado de forma perpetua, provocando suicidios colectivos ante la desesperación. En cada sombra se preveía un peligro y muy pocos habían soportado la oscuridad profunda. Habían preferido quitarse la vida antes que ser asesinados en manos de algún desconocido hambriento de muerte.

Los asaltos, los disturbios y la violencia crecían a pasos de gigantes. Cada vez eran más salvajes, cada vez eran más las personas contaminadas.

Las flores del mal florecían con voluntad y las almas puras se convertían en fantasmas. Lo pude ver con mis ojos durante todo el camino.

Suspiré profundo al cruzar la esquina tras la que se encontraba el hospital de mi barrio, creyéndome liberada. 

- Mi salvación a menos de diez pasos. Mi botón de pausa ante el terror - susurré.

Pero en ese mismo momento alguien me abrazó por la cintura impidiéndome llegar. Cerré mis ojos bruscamente, salté, pataleé y luché con todas mis fuerzas intentando escapar. Sin embargo sus manos eran demasiado fuertes.

Cuando abrí mis parpados para saber quién era mi asesino, me encontré de frente con un chico de pelo rubio y ojos de color azul intenso. Era alto, de cuerpo atlético y fibrado, y las facciones de su rostro eran las más angelicales que había visto jamás. 

- Pero no todos los asesinos tienen cara de asesinos - pensé.

Todavía estaba procesando lo que mis pupilas vislumbraban cuando unas enormes alas blancas se extendieron tras su espalda y protegiéndome contra su pecho se elevó en el aire y voló hacia las nubes. Perdí el conocimiento.

Cuando desperté horas después me encontraba en el salón de un rascacielos inmenso, desde el que se podían ver dos mundos. Uno destruyéndose entre llamaradas de fuego y humo, con gente corriendo y carreteras que se abrían tragándose todo. Y otro intacto, sin estrenar.

Por el aire volaba una gran legión de ángeles que rescataban a las personas con las que se encontraban, regalándoles una nueva oportunidad. Como a mí.

Entendí, por lo que otro superviviente del desastre me contó esa misma tarde, que una legión de inmortales había sido enviada a la tierra para salvar a las almas de corazón puro que soñaban con un mundo mejor, y que las llevaban hasta ese rascacielos porque era el lugar de reunión.

Y que en las horas siguientes las almas negras perecerían. Se asesinarían los unos a los otros al no tener almas puras a las que matar. El Mal contra el Mal. 

Y cuando el agujero negro que se estaba abriendo se hiciese infinito, lo que quedaba del planeta Tierra se autodestruiría. Justo el día que algunos habían pronunciado como El Fin Del Mundo. 

Sin embargo, aquellos supervivientes que habíamos sido salvados por nuestros ángeles de la guarda, podríamos empezar de nuevo en un mundo por estrenar.

Un mundo donde la felicidad y la paz reinarían. Donde la maldad no existiría. Donde el amor, los sueños y la magia revolotearían en el aire. Un mundo en el que mereciese la pena vivir. >>

Estas son pinceladas de mi historia, y de la historia de otros supervivientes. Una crónica breve de aquellos días. Nos salvamos. El antiguo planeta Tierra murió por completo con todas las almas negras dentro. Ahora vivimos en un mundo nuevo. El 2013 comienza hoy.

Gracias al poder de la magia, de los sueños, de los universos paralelos, y a los ángeles inmortales que nos salvaron…otro mundo ha sido posible, otro año más ha nacido. 

Escribo para que no se me olvide lo vivido. 

Tuve miedo, pero ya no lo tengo. Ahora tengo esperanza. Esperanza de poder seguir viviendo en un mundo que no se contamine.

Además no estamos solos, tenemos ángeles que nos protegen y que nos guiarán a cada latido de nuestro corazón por el camino correcto. 

Lo que suceda a partir de hoy, solo el tiempo lo dirá.  Y quizá otras manos lo escribirán y otro corazón lo susurrará en este mismo lugar. 

En un pequeño salón, sentado en un sofá de cuero blanco nuclear, mirando por la ventana hacia el mar. Mientras un ángel rubio de ojos azul intenso lo vigila entre sonrisas. Igual que a mí.

Angelique.”






* La moleskine con átomos cuánticos me vino a la mente gracias a un ejemplar de edición limitada que surgió con la novela Quantic Love de Sonia Fernández-Vidal.

**El ángel rubio del que hablo, digamos que se parece mucho (bastante) a Joseph Morgan. Culpa de The Vampire Diaries. Adoro a Klaus xD